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La larga cola amenaza la política tradicional

Por JUAN FREIRE
Actualizado 06-01-2008 09:24 CET

¿Te sientes bien representado por un determinado partido político? O, por el contrario, ¿sientes que la ideología de los partidos está desfasada de modo que tus opiniones son defendidas por diferentes partidos o, lo que es aún peor, no encuentras ningún partido que defienda algunas de tus opciones? Este problema no es específico de la política. Por ejemplo, hasta hace poco era difícil, si no vivías en una gran ciudad, que encontrases música o libros interesantes si tus gustos no eran mayoritarios. Vivíamos en un sistema de consumo de masas.

Pero la tecnología ha reducido los costes de la producción y la distribución de bienes y servicios, han surgido Amazon, eBay o sistemas logísticos sumamente eficientes, y ha nacido la economía de la 'larga cola'. ¿Sucederá algo similar en la política o seguirá siendo un sistema de 'partidos de masas'?

Hace dos años, Arnold Kling trasladó el concepto de la larga cola a la política en su artículo Incumbent politicians vs. the Long Tail. Kling proponía que en los sistemas democráticos dominados por dos grandes partidos, la larga cola no era el centro, ni un tercer partido, ni una coalición, ni una mayoría silenciosa situada a un lado u otro del espectro ideológico. La larga cola sería simplemente cualquier idea política y grupo de ciudadanos que se desvía de las ideas defendidas por los partidos mayoritarios.

En un hipotético sistema parlamentario proporcional podrían surgir numerosos pequeños partidos ('la larga cola') de todo tipo que representarían la enorme diversidad ideológica de la población (verdes o libertarios de todo tipo, activistas con un objetivo específico, etnocéntricos, religiosos…). Este modelo siempre se ha considerado un peligro para la gobernabilidad de las instituciones y ha (auto)justificado la existencia de un sistema de oligopolio controlado por dos partidos.

Kling, en 2005, defendía que para que surja esta larga cola -al menos en Estados Unidos- debería definirse una forma de 'federalismo virtual' que permita a los ciudadanos organizarse en jurisdicciones políticas pendientes de su localización geográfica. A pesar del desarrollo de Internet, esta propuesta podría considerarse utópica (o distópica) y difícilmente realizable, al menos en el corto plazo. Pero desde ese momento, la evolución de las estrategias políticas de partidos y ciudadanos están proporcionando indicios de que la larga cola política juega cada vez un papel más importante y puede llegar a modificar en un futuro próximo las reglas del juego político aparentemente inmutables al tiempo que obsoletas.

En los últimos meses los partidos y los políticos parecen haber abrazado con entusiasmo la 'religión de la Web 2.0', tanto en Europa como en EEUU. Blogs, redes sociales, canales en YouTube... invaden la escena de la acción política. Internet ya ha jugado un papel relevante en las últimas elecciones presidenciales francesas, con diferencias estratégicas importantes entre candidatos que parecen haber tenido cierta repercusión en el resultado final. Pero, salvo excepciones, son cambios que se limitan al márketing político.

Mientras la Web 2.0 está generando cambios importantes en la forma en que la gente se relaciona, discute y crea conocimiento, de modo que la tecnología produce un profundo cambio cultural y social, en el caso de los políticos las herramientas de la Web 2.0 se conciben mayoritariamente y casi exclusivamente como nuevos instrumentos de marketing. Así la Web 2.0 política no incorpora cambios en la forma en que los políticos entienden la relación con los ciudadanos y su forma de gobernar. Pero también esto puede estar empezando a cambiar, y una serie de políticos están comenzando a atender a las largas colas de ciudadanos gracias a Internet.

Andrew Romano analizó en la edición en papel de Newsweek (y aparece también en Stumper, uno de los blogs de la revista) lo que considera el primer caso de candidato de la larga cola en las elecciones estadounidenses (Ron Paul Is the First 'Long Tail' Candidate. He Won't Be the Last).

Los antecendentes se sitúan en el éxito parcial de Howard Dean en las anteriores primarias demócratas, o en el proceso de destitución del anterior gobernador de California, Gray Davies. Ron Paul, un candidato libertario que compite dentro del Partido Republicano pero defiende opciones políticas cuando menos heterodoxas dentro de ese partido, es un nuevo capítulo de este proceso de magnificación de la larga cola.

Desde una posición minoritaria, está logrando gracias a Internet crear comunidades de apoyo distribuidas a lo largo de toda la geografía norteamericana y obtener una importante financiación. Como anticipa Romano, Paul no vencerá, pero será un nuevo hito en un proceso de cambio. Estos nuevos políticos de la larga cola no necesitan ya competir fuera del sistema de partidos dominantes, pueden utilizar las redes sociales e Internet para insertarse en uno de los partidos tradicionales y dar la batalla, a modo de guerrilla, por el poder. La parte positiva de este proceso es que las diversas minorías cuentan ahora con mayores opciones de hacer oír su voz. La parte negativa es que, si no se modifica el sistema de representación, este proceso de fragmentación puede hacer mucho más complicada la gobernabilidad.

El artículo de Romano ha merecido la atención de diferentes bloggers norteamericanos que dedican sus esfuerzos a entender el impacto de la tecnología en la sociedad. John Robb duda la capacidad de los grandes partidos para acomodar a estas nuevas realidades por lo que predice que el conflicto irá en aumento. Algo parecido opina Chris Anderson, el 'padre' del concepto de la larga cola en economía, dado que desde su punto de vista el sistema de dos grandes partidos ha sido superado por la realidad, tal como le sucede a la industria discográfica o a los grandes medios de comunicación tradicionales, con la irrupción de Internet pero aún no existen mecanismos que permitan modificar las reglas de juego.

Arnold Kling, el 'padre' del concepto de la larga cola en política, recuerda y sigue defendiendo la solución del 'federalismo virtual' en que la gente pueda optar libremente por qué jurisdicción política quiere regirse. Pero, en un mundo híbrido, donde las realidades físicas y digitales se combinan, es difícil mantener sistemas de gobierno que afecten exclusivamente a uno de los dos ámbitos. El sistema oficial actual olvida, o no entiende, el ámbito digital y de ese modo sufre numerosos conflictos (desde los derivados por la propiedad intelectual a las dificultades de las naciones para adaptarse a la globalización). Pero un sistema alternativo que olvide el ámbito físico generaría conflictos equivalentes.

En todo caso, si el tradicional sistema político de grandes partidos está encontrando su contrapunto en las redes ciudadanas y los políticos de la larga cola empoderados por la tecnología, pero aparentemente cuentan aún con suficientes mecanismos para seguir controlando el acceso al poder. Si este modelo no se modifica de algún modo, un número creciente de usuarios que se encuentran insatisfechos con la excesiva simplicidad y maniqueísmo de las alternativas mayoritarias harán oír su voz cada vez más fuerte y los conflictos irán en aumento.

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