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El Museo de Navarra acoge una exposición de arqueología con piezas de 55 yacimientos

EFE
Actualizado 27-11-2007 20:53 CET

Pamplona.-  El Museo de Navarra acoge desde mañana y hasta el 30 de abril de 2008 la exposición "La tierra te sea leve. Arqueología de la muerte en Navarra", que muestra restos arqueológicos inéditos o de reciente descubrimiento en 55 yacimientos de Navarra.

La muestra abarca desde el primer enterramiento aparecido en Navarra hasta finales de la Edad Media, se organiza cronológicamente atendiendo a los grandes ciclos culturales de la Historia, y cuenta además con un apartado sobre aspectos antropológicos y arqueológicos.

Según recordó hoy el Ejecutivo foral en una nota, el hombre se instaló en el territorio de la actual Navarra hace más de 100.000 años, aunque los primeros restos humanos son mucho más recientes y se materializan en un molar de la cueva de Alkerdi (Urdax) como la pieza más antigua localizada, con 26.000 años de antigüedad, en la época de las últimas glaciaciones.

Hay que esperar hasta el 5.500 antes de Cristo para conocer el primer enterramiento, la pequeña mujer de Aizpea (Aribe), enterrada bajo una acumulación de piedras junto a una pared rocosa en el propio hábitat.

Con la sedentarización de la población se implantó el enterramiento dentro de los poblados y se formaron las necrópolis, con tumbas que constaban de fosas circulares excavadas en el suelo y podían ser individuales, dobles, o, raramente, múltiples.

Los testimonios más antiguos, en Los Cascajos (Los Arcos) y Paternanbidea (Paternain), constituyen el mejor registro de este tipo de España por su número y antigüedad.

El rápido conocimiento de las principales innovaciones culturales de la época (agricultura, ganadería, cerámica o piedra pulida) ha hecho pensar en la implantación de grupos venidos de fuera.

A fines del Neolítico (3.000 a.C) y coincidiendo con la máxima ocupación del territorio, se instauró en la Península Ibérica y en Navarra la costumbre del enterramiento colectivo y surgieron así los monumentos megalíticos y las cuevas sepulcrales.

El tipo de construcción megalítica más extendido, el dolmen, era un panteón construido con grandes piedras enhiestas y cubierta monolítica, de forma que era la tumba de la comunidad y como tal quedaba patente en el paisaje, señalando el dominio sobre un territorio.

Esta costumbre, aunque mejor documentada en la Montaña, debió extenderse por toda Navarra, incluida la zona Media y Ribera, como demuestran los hallazgos de los últimos años en Cirauqui, Mañeru, Viana o las Bardenas Reales.

A comienzos del primer milenio a.C. (entre el 1.000 y el 900 a. C) la nueva costumbre funeraria de la incineración reflejará la renovación poblacional y cultural que supuso la llegada allende el Pirineo de las costumbres de las gentes de la Edad del Hierro, con quienes surgieron los primeros poblados.

El Alto de la Cruz de Cortes, El Castillo de Castejón, El Castejón de Arguedas o El Castillar de Mendavia son sus ejemplos más conocidos, y junto a ellos sus necrópolis o "campos de urnas", en las que, como norma general, tras la cremación, las cenizas se depositaron en recipientes cerámicos e introdujeron en el suelo.

Estos cementerios permiten comprender cómo con el tiempo surgieron en estas comunidades las diferencias sociales y determinados grupos o personas empezaron a desempeñar un papel dominante en la colectividad.

La llegada de Roma supuso como en casi todos los aspectos un nuevo orden socio-económico que también tuvo su reflejo en el mundo funerario, aunque las necrópolis excavadas son pocas, con los dos mejores ejemplos en las de Ateabalsa y Otegi (Espinal), asociadas a la mansio de Iturissa, y la ciudad de Santa Criz (Eslava), donde el ritual continúa siendo incinerador, por lo que se descubren sus urnas de cerámica o vidrio.

Tras la caída del Imperio romano, las costumbres funerarias resultaron fuertemente influidas por el aporte cultural de los pueblos germánicos invasores y necrópolis como las de Buzaga (Elorz), El Condestable y Argaray (Pamplona) o Gomacin (Puente la Reina), se acompañan de cerámicas, armas y adornos de muy diversos tipos, que reflejan las influencias que convergen en esta tierra, por aquel tiempo en disputa entre francos, vascones, visigodos y musulmanes.

La llegada de éstos también dejó su huella en las costumbres funerarias, como testimonian las necrópolis de la Plaza del Castillo de Pamplona y de Herrerías en Tudela.

A partir del siglo IX, la costumbre de inhumar junto a lugar sagrado propició el nacimiento de las necrópolis parroquiales en los núcleos urbanos, práctica que se restringió inicialmente al exterior de las iglesias, como reflejan las abundantes necrópolis excavadas recientemente en Navarra (Beriáin, Etxauri o Monreal).

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