Mucha gente se ha levantado hoy para ver el debut olímpico de Nadal. No todos los protagonistas del madrugón estaban de vacaciones. Algunos habrán podido volver a envolverse entre sus dulces sábanas tras la victoria del manacorí, mientras otros no habrán podido ni ver el final del partido porque llegaban tarde al tajo. Otros se habrán ido directos a la playa con los peques o habrán bajado a por el fiel compañero del café, el periódico. Lo que está claro es que cada espectador que se ha levantado a las cinco de la mañana lo ha hecho para ver al tenista español y habrá jurado en hebreo al ver cómo TVE transformaba la pista de tenis en una piscina y convertía a Rafa Nadal en Michael Phelps.
Y es que la retransmisión del duelo Nadal-Starace ha sido una auténtica pesadilla. Mapfre y Play Sation 3 cortaban la retransmisión de Corretja y Calvo a su antojo y, en varias ocasiones, ocuparon la pantalla cuando ya estaba la pelota en juego. Y, puestos a criticar, es bastante estresante que pongan el mismo anuncio dos veces seguidas cuando estás esperando, con los puños apretados, que termine pronto para ver el partido.
Así que la gota que colmó el vaso fue el corte que nos propinó la Uno al final del primer set. Tendremos que imaginarnos o esperar a la reposición del partido esta tarde para ver los dos últimos juegos de Nadal que le daban el primer set. Una pregunta rondaba mi cabeza durante los minutos que duró El Cubo de Agua: ¿Y a mi qué me importa Phelps o los relevos?. Porque evidentemente España no competía en esa final. Rápidamente acudí a Teledeporte y dí gracias a dios por haber comprado, después de unos cuantos titubeos, el TDT. Más agua. Nadal estaba en Pekín y yo, en mi sofá, con una piscina enfrente.
No sé si ha sido por el madrugón, que afila mis nervios, o porque estaré más susceptible de lo normal, pero esta mañana me han desafinado los comentarios de Nacho Calvo y Álex Corretja. Es lógico que critiquen algo si creen que no está bien hecho, pero que no lo repitan en cada punto. No hay estadísticas sobre los jugadores a lo largo del partido. No hace falta que lo repitan diez veces para que nos demos cuenta que tienen en su poder menos información que en otros torneos.
Imitar la voz que les anunciaba el replay de alguna jugada tuvo su gracia la primera vez. Pero ya se sabe, lo poco agrada y lo mucho cansa. Aparte de atentar contra las repeticiones, lo hicieron contra la pantalla de la velocidad de los saques y la de El ojo de halcón. Y lo último, pero no por ello menos importante, son los chistes que se han dedicado a hacer ambos comentaristas con el nombre del contrincante de Nadal: Potito. Se habrá tomado un potito en el descanso, Tres oportunidades de break de Nadal y el potito no se ha roto, ¿Ganará Popito? ¡Lo veremos en un poquito! y otras tantas que mi mente ha logrado obviar.
Tumbada en mi sofá y tapada con una colcha he sentido la incomodidad de Nadal. Él la sentía en la cancha, en el clima, en el público y en su juego; y yo la sentía con las imágenes y los comentarios de la televisión. Habrá que esperar a la siguiente conexión tenística para ver si la cosa mejora o empeora.