Por qué el gol de Torres lo soluciona todo, sin solucionar nada
El lunes por la mañana muchos nos despertamos sin estar seguros de si el sueño era eso que nos había visitado las pocas horas que habíamos estado en la cama, o si era lo de antes. La vuelta a la prosaica realidad puede ser brusca si antes del primer café uno se encuentra en su bandeja de entrada un correo tan duro y explícito como éste:
"No puedo evitarlo. Mi perfil psicologico dice que soy incapaz de unirme a ningún movimiento masivo. Pero además: El futbol no me va, ver tanta bandera española me da grima, ver a todo el mundo de acuerdo me da mal rollo, me mosquea y me hace ponerme a buscar los fallos. Así que sí. Es inevitable."
Mi respuesta se fragua entre los sorbos de ese imprescindible primer café:
Cuando la angustia adolescente me hizo atravesar una etapa religiosa, intenté integrarme en grupos de esos de guitarra y misa, pero salí asqueado y empalagado del cinismo buenrollista dominante salpicado de comentarios despectivos a las espaldas, porque "ver a todo el mundo de acuerdo me da mal rollo, me mosquea y me hace ponerme a buscar los fallos".
Después, el optimismo desenfrenado de la primera juventud me condujo a una etapa de inquietudes políticas, solidarias e idealistas, y alterné con gente metida en asociaciones de ese tipo, pero pronto acabé decepcionado, más bien enfadado de su hipócrita desvergüenza, sus falsas sonrisas de trepas clavapuñales, separándome de ellos, porque "ver a todo el mundo de acuerdo me da mal rollo, me mosquea y me hace ponerme a buscar los fallos".
Más tarde, y puesto que probablemente la parte más íntima y verdadera de mi espíritu es la de escritor (malo y) frustrado, coqueteé con integrantes de círculos literarios y café-coloquios, pero la arrogancia, cutre-divismo casposo y estupidez asnal de éstos me produjo más vómitos que ninguna de mis fallidas experiencias anteriores, y esto fue debido a que "ver a todo el mundo de acuerdo me da mal rollo, me mosquea y me hace ponerme a buscar los fallos".
Pero el fútbol, el baloncesto, las olimpiadas, el irracional y catártico espíritu patriótico de las competiciones deportivas... Ay, amigo, esto es distinto. Tal vez, precisamente, porque no espero nada. Porque no espero ni la salvación de mi alma, ni la solución de los problemas del mundo, ni la belleza oculta en los recovecos de algún espíritu sensible. Sólo busco la pasión de la respiración contenida durante ese segundo interminable en el que la dichosa pelotita empujada por Torres por encima de Lehman va botando muy, muy lentamente hasta acabar entrando, el inestable equilibrio de todo el universo temblando en el filo de la línea de gol, la remisión de la frustración del hombre cotidiano en la grandeza del héroe. Mi alma es pecadora, mi conciencia escéptica y mis poemas torpes. Pero hoy sueño, hoy vibro, hoy creo.