Ni Juanito, ni Albiol, ni Sergio García ni muchos de los jugadores que han sido observados con lupa mientras una importante masa de aficionados y periodistas se preguntan en voz alta si se merecen estar en esta Eurocopa. No es un mal de la selección española, es la condena que acecha constantemente a los futbolistas de perfil bajo, trabajadores no mediáticos, estajanovistas, serios, aplicados, siempre quedan mal en la foto, en los cromos son de los que siempre salen repetidos y se cotizan a la baja en los juegos de fútbol para la consola; nunca nadie pagará cuarenta millones por ellos.
Algunas veces estos trabajadores del centro del campo hacia atrás suplen sus carencias técnicas con una sobredosis de carisma que empapa a sus compañeros y cala hondo dentro del entorno mediático de los equipos de fútbol; dos ejemplos claros: Gattuso y Materazzi, dos jugadores limitados con un valor espiritual que va mucho más allá de su aporte meramente futbolístico. Pero si la cámara no te quiere, si tu cara no se guarda en la retina del espectador, si tus gestos no enardecen a tus compañeros más te vale ser un fenómeno con el balón en los pies, como Ribery; porque si eres Marchena la llevas clara.
Desde un mes antes de comenzar el europeo la zaga de la selección española ha estado bajo sospecha; acusada de blanda, endeble, descoordinada, el punto flaco del equipo, el lugar de los quebraderos de cabeza, el agujero por donde se escapa el agua que puede hacer inútil cualquier alarde ofensivo. Sobre toda la defensa, los ojos fiscalizadores de prensa y aficionados hacen una parada mucho más larga en el cuerpo desgarbado del zaguero sevillano. A Puyol, gran capitán, referencia atrás durante años, siempre se le espera de vuelta; a Marchena se le señala con el dedo a priori, jugador de rostro difícil, ceño permanentemente fruncido, carrillos ligeramente hinchados, nariz chata de manga japonés y dientes excesivamente grandes, siempre apretados en un rictus feroz y furioso.
¿Cómo hace un futbolista para soportar la presión que conlleva ser señalado como el eslabón débil del equipo? ¿Cuántas veces habrá tenido que asegurarle Luis que no tiene de qué preocuparse, que confía en él, que no escuche a los medios, que no lea los comentarios de los hinchas, que se abstraiga, que haga su trabajo, que el clamor popular se equivoca y él sí que se merece ser el central titular? ¿Cómo se logra no caer anímicamente en picado cuando se te escapa una pelota que casi cuesta un gol, una acción que sabes que será recalcada en mil y un medios de comunicación?
Es tan difícil ser Carlos Marchena que su única posibilidad es hacer un partido casi perfecto, como el que ha hecho contra los italianos en los cuartos de final. Anticipándose siempre o estorbando hasta la incapacitación a un delantero que le saca diez centímetros y se eleva como un helicóptero; distribuyendo el juego desde atrás sin rifar ni una sola pelota al aire; atreviéndose a dar oxígeno a un centro del campo presionado con pases en profundidad que descolocan al equipo rival e inician el ataque de los suyos; ordenando, mandando, imponiéndose por la fuerza, generando desconfianza en los delanteros italianos, siempre concentrado, siempre acertado, siempre en su sitio, siempre bien.
Al finalizar todos corrieron a abrazar al héroe Casillas, a subir a hombros al inconmensurable Senna, a cantar las alabanzas del inquieto y rápido Silva. En los medios señalan el buen partido del central de Sevilla, seguro, dicen, sobrio y contundente, apuntan otros; apuesto a que Luis al final del partido le ha hecho algún guiño especial, algo sencillo, un "buen partido, chaval". Y Marchena, seguramente, habrá sonreído y se habrá puesto a pensar que ahora le toca hacer otro partido casi perfecto. Es difícil ser un jugador que sabe que sólo podrá ser bueno si apenas nadie habla de él.
Alberto Haj-Saleh (editor de Libro de Notas)