Mejuto González encontró su manera de pasar a la historia en el decisivo encuentro entre Austria y Alemania de la tercera jornada de clasificación: expulsó al mismo tiempo a los dos seleccionadores, Joachim Löw y Josef Hickersberger, por una agria discusión entre ellos con el cuarto árbitro de inútil mediador. Durante unos minutos esos dos señores tan serios tuvieron una regresión a la infancia y amenazaron con no respirar y se negaron a irse del campo. Finalmente se marcharon y cuando papá Mejuto no miraba se chocaron las manos como colegas que son. Ellos sabían lo que hacían, aunque el árbitro tal vez no.
El entrenador es un elemento único en el desarrollo de un partido de fútbol, el más libre de todos los que pisan el césped, el más autorizado a gritar como un energúmeno, el más capaz de cambiar el resultado de un partido sólo con decidir un cambio. En muchos sentidos un partido es una prolongación casi ajedrecística del cerebro deportivo de dos entrenadores que observan a sus jugadores como piezas de un plan programado en sus cabezas. Desde afables como Robson hasta omnipresentes como Mourinho, todos apasionados y exaltados, el entrenador es el termómetro anímico y emocional de los once jugadores que le representan. En esta Eurocopa hemos tenido varios estilos de seleccionador.
- Sobradamente preparados. Jóvenes, estilosos, de personalidad arrolladora, siempre parecen a punto de calzarse las botas y saltar al campo a tratar de arreglar lo que sus jugadores han estropeado. A veces impecables confusos, como Donadoni; otras confiados y sólidos generales, como Van Basten; o supersticiosos, chillones, sin haber perdido ni un ápice de su alma de jugador, como Löw o el croata Bilic. En todos se lee esa mirada de que ellos saben perfectamente qué es lo que hay que hacer y piden paso a voces.
- Yo podría ser tu padre. Eso parecía decir Hickersberger a Mejuto cuando el colegiado español le expulsó. El austriaco tiene ese aspecto de viejo profesor de universidad, duro, seco, evaluador antes de empezar el curso, elegantes, impasibles, de mirada aterradora como la que tenía el director del colegio. Se suelen hallar detrás de unas gafas amenazantes, como el sueco Lagerbäck; o de la sonrisa gélida, como el suizo Kuhn; o del ceño fruncido, como el checo Brückner; o con una expresión tranquila del que ya se las sabe todas y no hay quien les tosa, como Hiddink o Beenhakker; y es que viejos rockeros...
- Locos por el fútbol. Pura sangre en ebullición, pura pasión, desgañitándose una y otra vez en el banquillo, de culo inquieto e imposible de sentar, de cara enrojecida y venas marcadas en el cuello, siempre corrigiendo, siempre exigiendo, celebrando los goles con una locura que ningún jugador puede superar. Scolari con los puños cerrados, el rumano Piturka arrodillado y mirando al cielo, el impagable rostro desencajado del turco Terim, sacado directamente de una película de Fatih Akin... viven, respiran y sueñan fútbol a diario.
- Inclasificables. ¿Dónde meter la mirada inquietante y el silencio hierático del seleccionador griego, Otto Rehhagel? ¿Y el aspecto de mago enloquecido, los ojos desquiciados del francés Domenech? Y, sobre todo... ¿dónde metemos a Luis, su aspecto imposible, su cara de confusión, su edad con la que "podría ser tu padre", hasta que algo salta en su cabeza y se convierte en una bandera de los "locos por el fútbol"? Sin duda el más peculiar de todos los entrenadores de una Eurocopa que, en sus banquillos, es una representación perfecta del gran teatro del mundo.
Alberto Haj-Saleh (editor de Libro de Notas)